martes, 11 de junio de 2013

Patético, no lo crees?


Recapacitando en el regreso a casa, me quedo pensando en mis palabras en días recientes cuando te compartía el hecho de sentir un rechazo total a brindar explicaciones no solicitadas sobre mi vida personal. Particularizando cuando este tema se presenta con mi familia, como es que pueden entusiasmarse muy rápido (por lo general más que yo mismo) sobre alguna situación. El problema no viene con la narración de lo reciente sino con la espera de una secuela inmediata, muchas veces ocurre que nada ocurre, y viene esa sensación de patetismo antes la carencia de la misma.

Patético, creo que esa palabra es la clave del tema que me viene dando vueltas a la cabeza y me hace volver a escribir para compartirte.

Uno de los libros que mejor han reflejado mi percepción personal de lo que implica enamorarse, sentir y vivir por un sentimiento, aspirar un anhelo como forma de vida es El amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez (Gabo para los amigos).

En esta delicia literaria, se narra la historia de Florentino Ariza, un joven con poca o ninguna gracia visible que se enamora en su adolescencia de la joven Fermina Daza, al principio todo es gozo, sueño, delirio, pocos pasajes me han deleitado tanto en mi vida como esos momentos en que Florentino bebía perfume y comía pétalos de rosa para adivinar cual era el sabor y el aroma de Fermina. Como toda historia que amenace con acercarse a la realidad, la relación no consigue concretarse. Ella conoce al prototipo del tipo perfecto, se casa con el mientras Florentino vive su vida adulta pensándola, deseándola, esperándola hasta que llegue el momento en que pueda volver a luchar por ella.

Como te platico, no podía deje de admirar a Florentino, me fue simplemente no compadecer a su madre Tránsito al saber que su hijo no podría ni querría ser feliz. Preocupada y deseando algo para su hijo, al tiempo que este no sentía el mínimo deseo de verdaderamente buscar, mmmm, soy el único que nota un patrón aquí?

Un día de tantos, luego de recomendar dicha obra a todo aquel ser pensante que de me pusiera enfrente, mi señor progenitor tuvo a bien leerlo. Al terminarlo, ansioso le preguntaba que le había parecido el libro y el personaje que tanto me habían conmovido, que tanto reflejaban orgullosamente mi identidad amorosa, su respuesta fue: Patético, me pareció patético.

Me sentí furioso, indignado, si uno más uno eran dos, y uno más son tres, el mismo diagnóstico me correspondía, era patético ante los ojos de una de las personas que más respetó en el mundo. Al increparlo, paciente pero sin intención se suavizar me dijo, el amor nos vuelve patéticos a todos.

Años después de esto, no puedo dejar de estar de acuerdo con el, de que otra forma puede uno dejar de aspirar al bien personal como prioridad, para subordinarlo al de alguien más, no sólo la pareja, lo mismo pasa con los hijos y muy pocos casos más.

Esto nos lleva a eso que iniciaba esta conversación, es difícil aceptar sentirse patético, débil, expuesto y hasta tonto, mucho más aún el admitirlo ante alguien más, sin embargo esa sensación incomoda es el precio a pagar cuando ante ti se presenta la posibilidad de que por alguien, nada más importe.

Como te explico que me he empezado a sentir patético al sentir que debo decidir si buscarte o no hoy, a riesgo de creer que puedo fastidiarte? Simplemente patético, no lo crees?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Escribe mas seguido chingao. LeDover